Lazareto de Gando a principios del siglo XX. Situado en el istmo de la península de Gando desde donde eran visibles los naufragios y salvamentos. (Foto archivo FEDAC) |
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A modo de crónica Al redactar los distintos epígrafes, me viene a la memoria mi niñez, donde cada domingo acudíamos una “jarca de chiquillos” al bazar de “Paca Espino” en la “calle Nueva del Ingenio” a comprar e intercambiar “revistas” del Capitán Trueno , el Jabato o el Guerrero del Antifaz, para continuar los relatos que habían quedado interrumpidos la semana anterior. Con el poco estipendio que recibíamos de nuestros padres, complementábamos esta actividad literaria con las películas de “tres jornadas” que nos “gozábamos” en los cines de “Alante” o “Atrás” en la función de las 3,30 para niños los domingos. Aquellas aventuras a las que no faltaban piratas, corsarios, bucaneros, galeones y tesoros y donde “el muchacho” quedaba siempre en una situación de riesgo que era solventada en el capítulos siguiente, pero que durante una semana nos tenía sumidos en el constante interrogante y natural desasosiego sobre lo que iba a ocurrir a nuestros héroes. Los pequeños barcos hechos de papel, “palas” de tunera, de madera o “taliscones” de palma, invadían acequias y cantoneras a modo de simulados mares y muchas veces nuestra ilusión por los barcos nos valió una reprimenda de los labradores. A aquellas ingenuas aventuras ilustradas y las películas del “número 1” debo mi afición por el mar. Cuando mi padre me llevaba a la playa de los “Chirlos”, donde pernoctábamos, miraba al horizonte y mi imaginación se desbordaba viendo pasar barcos de vela. La historia se repite Avanzando en el tiempo y después de los hundimientos del Monte Isabela y Alcyon , transcurriría un paréntesis de 23 años sin que nada relevante ocurriera en torno a nuestra “Baja”, hasta que la fatalidad vuelve a poner de actualidad a la inexorable “meseta submarina” repitiéndose la misma historia que ya era una constante desde que en el año 1880 el Senegal tuvo la desgracia de chochar contra el escollo. Aquel año de 1969, diez días antes de la histórica fecha en la que hombre había alcanzado la gesta de llegar a la Luna, se repetía con escandalosa frecuencia los accidentes en la “Baja”. Si en aquel ya lejano 1946 caían dos barcos con un intervalo de un mes, en este año iba a ocurrir lo mismo, tan solo que la diferencia fue de tres meses. En Julio caería el Nivaria y en Octubre el Reina Mercedes. Considerando también, que, si bien, aquellos fueron a parar al “patio de los cangrejos” estos últimos lograron salvarse habiendo sufrido averías de consideración. El naufragio del Nivaria El Nivaria hizo en muchas ocasiones las delicias de sus ocupantes, pues durante mucho tiempo estuvo aparejado de balandro navegando a vela, para transformarse luego en una pequeña nave a motor provista de casco de madera en una época donde ya se habían quedado atrás las velas que impulsaban las pequeñas “barcas” de los “barqueros” costeros en las radas que circundan Gran Canaria. Este buque pertenecía al armador tinerfeño D. Jacinto Lorenzo Rodríguez y desplazaba más de cien toneladas de registro bruto, destinándose al cabotaje entre las islas. El Nivaria con su porte entre tradicional y moderno tuvo la suerte que no tuvieron otros con anterioridad y no fue su destino el estar ahora acompañando a los innumerables barcos que descansan en los fondos arenosos de Gando. El abrazo de “la Baja” no fue lo suficientemente certero y nuestro barquito protagonista con nombre representativo de Tenerife logró salvarse. El Nivaria navegaba una madrugada de un 10 de Julio de 1969 por aguas del sur de Gran Canaria y cuando el día empezaba ya casi a clarear tuvo la desgracia, como tantos otros, de tropezar contra la Baja de Gando , dejando parte de su quilla en el brutal encontronazo. El hecho que el casco fuera de madera ayudó en parte a que pudiese escapar a la llamada de sus hermanos que yacían en la gran “necrópolis de Gando”. Su tripulación, después de pasado el susto y con dificultades puso rumbo a Las Palmas, siendo llevado el Nivaria al Puerto para ser varado en el lado derecho del muelle de Santa Catalina, donde se encontraba los talleres de los Hermanos Jorge, para proceder a su reparación. |
Rafael Sánchez Valerón es cronista oficial de Ingenio. |